jueves, 29 de abril de 2010

Juárez no es juego de niños

CIUDAD JUÁREZ

¿Qué quieres ser de grande Jesús?, le pregunta Fátima Anaya a su alumno de cuatro años de edad.

—Narco, responde.

—¿Narco? Pero, ¿por qué quieres ser

narco m’ijo?

—Para matar.

—¿Por qué quieres matar?

—Para ser rico.

Sus manos, que caben sobradas en las mías, están acabando de armar una cuerno de chivo con figuras lego, una como las que vaciaron a los cinco muertos que registraron ese día los diarios.

En el rato que Fátima le dio al grupo para armar torres y castillos con piezas de plástico, Jesús transformó el salón de clases en una zona de guerra, donde él tenía el calibre más alto: una AK-47 verde con doble cargador.

“Pero a los narcos los matan o los agarra la policía”, dice uno de sus compañeros en defensa.

Jesús lo ignora. Su sonrisa cuando detona el lego me hace pensar que uno de sus súperpoderes es ser inmune a las balas de la ley.

A decir por su sudadera de Scobby Doo, a Jesús le gustan las caricaturas, pero de un tiempo para acá, dice su maestra, los niños se han olvidado de Cartoon Network y hasta de Marvel.

“Ya no es ‘quiero ser Spiderman’. Están tomando sus ídolos de la realidad cotidiana de Juárez, ya ser narco ni siquiera tiene un código de maldad, es un oficio más adentro de toda la gama de oficios que puede representar ser adulto”.

La cotidianidad de Jesús es que vive en un cerro de la Zona Poniente de la ciudad, donde pocos pueden aspirar más allá de la secundaria, porque según me cuenta Ricardo Tovar, trabajador social de la Policía Municipal de Juárez, pasando las vías del ferrocarril sólo hay una preparatoria. Si alguien quiere cruzar al oriente para estudiar, tiene que pagar 19 pesos diarios de ruteras. “¿Cómo?, si en esa zona las familias sobreviven con 550 pesos por semana”.

De acuerdo a sus cálculos, son 15 mil jóvenes los que no brincan a la preparatoria y, por su edad, a pocos les dan trabajo. “Es el perfecto caldo de cultivo para que pueda crecer la delincuencia”.

Jesús no sabe todavía de cifras. Seguro quiere ser rico para comprar más juguetes.

Inocencia alterada

La Zona Poniente me recibió con muertos. Son las seis de la tarde y las calles de los cerros vibran. Los niños juegan futbol, las gangas (pandillas) se colocan en sus esquinas, los señores regresan de la maquila y los “chavalos”, como les dicen aquí, están saliendo de la secundaria. Parece que hay vida, pero de un segundo a otro se corre la voz que en la calle Barbados hay muertos.

Me entero de lo que pasa porque un niño que está en el tumulto le explica a su tío la escena como quien hace un reporte pericial, “dicen que son cuatro y están tirados en la tienda, tío, yo vi cómo la camioneta se arrancó y la policía no llegaba”.

Llegaron el Ejército, la CIPOL, los federales, los municipales, y de tanta gente que se juntó aquí, difícilmente se alcanza a ver algo. Escucho entre las pláticas que el lugar atacado es una tienda funeraria que acababa de abrir. Aquí los muertos son tantos que en los barrios hay tiendas de ataúdes como si fueran farmacias.

“Qué mala onda que sin saber hayan comprado sus propias cajas”, dice un señor.

Detrás del listón amarillo que acordona el área, está un niño muy atento a lo que sucede. Por su tamaño calculo que apenas está en la primaria.

—¿Y tú viste?, le pregunto.

—Nomás escuché.

—¿Dónde estabas?

—Estaba en la casa escuchando música y luego se oyeron los balazos y me vine a fijar.

—¿No te dio miedo?

—Nee, nomás vine a ver qué pasó.

—¿Es la primera vez que oyes una balacera?

—No, llevo muchas, en la otra cuadra hubo una, por mi casa también, en muchas partes he escuchado los balazos.

—¿Y qué sientes?

—Nada, nomás retumban las ventanas.

—¿No te da miedo que un día te pase algo?

—No.

—¿Qué quieres ser cuando seas grande?

—Así como estos que están aquí atrás, estatales o federales, no sé, me gusta.

En lo alto de una casa veo a cuatro niñas sentadas viendo la escena. Cuando les hago plática les da risa. Una de ellas, que acaba de entrar a la secundaria, me dice que un día va a ser doctora.

“Quisiera ayudar para que los que están malos tengan la posibilidad de vivir”.

Su mamá, que está viendo todo desde la puerta, parece molesta e interrumpe la plática.

“¿En qué se gastan el dinero?”

“Díganle que les van a quitar el camión escolar por culpa de todos esos que está manteniendo el gobierno y que nada más vienen a hacerse bolas. Tan seguras que están, vienen por ellas y las traen, pero lo van a quitar porque hace dos meses que no les pagan a los choferes”, se desahoga señalando a los agentes que están en la esquina.

“¿En qué se gastan el dinero? ¿En pagarles a los soldados para que se vengan a hacer bola? Deberían de andar buscando a los asesinos, ¿qué están haciendo ahí? ¿Están cuidando que regresen? ¡Claro que ya no vienen!

“Los federales nomás llegaron a robar, hace poquito a mi hijo le robaron el celular. Hay más y más, y cada día son más de 10 muertos, ¿dónde están ellos? Aquí están, qué están haciendo aquí, ¿cuántos hay?, unos 100, ¿Para qué?”.

Lupe está muy enojada, su hijo de 18 años sale de la casa para apoyarla y también tiene coraje, me confiesa que le van a cerrar la escuela.

—¿Qué estudias?

—Música, en una escuela del centro. Toco el sax, pero nos dijeron que ya no iba a haber clases porque no tienen para pagarles a los maestros”.

—¿Y qué vas a hacer?

—No sé, me tendría que ir a Xalapa, allá hay una escuela muy buena, pero no tengo dinero.

A la escena del crimen se suman más elementos. Esta vez arriban los G. I. Joe, como les dicen irónicamente a los policías municipales que hacen los operativos antipandillas. El apodo se lo ganaron por su uniforme militar “fashion”.

En la comitiva está el Comandante Martínez, quien por su panza está muy lejos de parecerse al escultural soldado Joe.

Martínez me dice que su trabajo consiste en hacer recorridos por la Zona Poniente para deshacer grupitos en las esquinas. Explica que los jóvenes están siendo reclutados como sicarios desde las pandillas, donde van viendo al más “entrón”.

“Están agarrando puro menor, como saben que ahí el proceso no es tan largo para ellos (5 años), los agarran chavalitos, y como ellos quieren andar con lujos, pues se van para allá de volada”.

Me confía que es fácil que los jóvenes se hagan de un arma, ya que ellos mismos las fabrican por 30 pesos. Si lo que dice es cierto, lo que Jesús hace en el kínder con plástico, hay quien a los 14 años lo hace con tubos de metal y pólvora.

Es imposible revertir la situación con balas, granadas y cárceles. Un padre de familia sin trabajo, una familia sin ingresos económicos, un grupo familiar que se muere de hambre no puede educar a sus hijos, ni ofrecerles alternativas en la vida que los aleje de la delincuencia. El “presidente del empleo” debería haber empezado por el empleo, tarea decente, y no por una guerra contra la delincuencia QUE NUNCA PROMETIÓ a los votantes. Un candidato a “Presidente de la Guerra contra la delincuencia” nunca hubiera llegado a los Pinos. No somos tan tontos.



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